Contarlos…. Es lo único que se me ocurre, pues lastimosamente los ridículos siempre ocurren y ya nada los puede cambiar y lo peor!!! Nada volverá a ser igual.
Según la Real Academia de la lengua un ridículo es “Que provoca risa por resultar muy extraño, grotesco o extravagante” y aunque muchas veces los ridículos no son extravagantes, si son grotescos y nos dejan un sin sabor que nos marca sin darnos muchas opciones, pues o nos reímos o sufrimos; en mi caso prefiero reírme aunque mi larga carrera de ridículos me hayan generado cierto grado de sufrimiento.
En el colegio no hacía otra cosa que hacer el ridículo y fue tan repetitivo mi historial que al final ni me daba cuenta pues ya todas estábamos acostumbradas (mis compañeras y yo) de que algo iba a ocurrir.
Cuando termine el colegio pensé: Todo termino, pero que ilusa en realidad era un nuevo comienzo y entonces vinieron momentos en los que sin ninguna explicación me paraba en clase para dar una indicación a todo pulmón desde la ventana del salón ubicado en el quinto piso, claro lo chistoso era ver los ojos atónitos del profesor ante mi hazaña y luego mi cara de “aquí no ha pasado nada”; o cuando pedía a gritos en los pasillos que me dejaran entrar a clase porque había llegado tarde y me habían dejado por fuera como castigo y luego por pura vergüenza, creo yo, con sus colegas el profe abría la puerta para dejarme entrar.
O el día en que fui gerente por primera vez y envié un comunicado con errores de ortografía presentándome ante los proveedores de la empresa, qué horror!!! O cuando victima de la confusión, quise dar un ejemplo en medio de una conferencia y plop! El ejemplo estaba mal planteado.
Si continúo no voy a terminar, porque todos los ridículos días pasa algo… que por supuesto no nos dejan otra salida que reírnos porque para llorar sobra tiempo.
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